
La transición ecológica será costosa. La inversión en tecnologías verdes, la transición de nuestras cadenas de suministro y nuestra producción hacia procesos sostenibles y locales, y el cambio de nuestras dependencias energéticas requieren tiempo, recursos y dinero. Cuando los gobiernos y los organismos internacionales fijan objetivos climáticos y se comprometen con determinadas metas, deben traducir esos objetivos en políticas y acciones concretas que los actores de la sociedad sigan. Una cuestión importante para elaborar políticas eficaces es a quién deben ir dirigidas. ¿Quién tiene el poder de impulsar un cambio mayor?
Por un lado, las empresas como personas jurídicas son responsables de mucha más contaminación que cualquier ciudadano medio. Los dirigentes de las grandes empresas toman efectivamente decisiones sobre cómo la empresa produce, transporta y vende sus mercancías. Todos estos procesos provocan una gran contaminación. Puede tratarse del humo de las chimeneas de las fábricas o de las emisiones de CO2 derivadas del transporte de productos por todo el mundo. Comparativamente, las acciones cotidianas de un individuo en su día a día. Elecciones como coger la bicicleta en lugar del coche no tendrían el mismo efecto masivo que si una gran empresa decidiera no utilizar combustibles fósiles en su producción. Se necesitaría una acción comunitaria mucho más compleja por parte de los consumidores individuales para crear la misma reducción de emisiones que una empresa podría crear con decisiones únicas de arriba abajo.
Por otro lado, las empresas están parcialmente en deuda con los deseos del consumidor. En el fondo, el objetivo básico de una empresa es el beneficio. Si los consumidores cambian sus hábitos y, por tanto, exigen y dan prioridad a los productos sostenibles, a las empresas les resultará rentable satisfacer esos deseos y pasar a una producción sostenible. Esta lógica presupone que los consumidores no caerán en los intentos de maquillar de verde los productos, pero también que es posible hacer que los individuos cambien sus hábitos cotidianos a gran escala.
Motivar a los agentes para que actúen frente al cambio climático es otra cuestión compleja. Algunos actores tienen más motivación intrínseca que otros porque el cambio climático afecta directamente a sus medios de vida y existencia. Por ejemplo, los agricultores de todo el mundo se enfrentan a fenómenos meteorológicos y de calor más extremos y, en general, ven cómo sus cosechas disminuyen cada año, por lo que sus propios puestos de trabajo están en peligro por los efectos del cambio climático. La gravedad de estas consecuencias varía en función de la estabilidad financiera general del país. Si el gobierno local puede subvencionar a los agricultores o ayudarles a financiar su adaptación a las inclemencias del tiempo, serán menos vulnerables que los agricultores de los países pobres y en desarrollo, que no cuentan con ninguna ayuda adicional cuando sus cosechas fracasan.
En contraste con esto, a veces, las políticas de cambio climático pueden amenazar los medios de vida de las personas. Los obreros tradicionales, como los mineros, los trabajadores del sector manufacturero y los empleados del transporte, pueden ver cómo se sancionan, externalizan o reducen sus puestos de trabajo como parte de la transición ecológica. Cuando dejamos de depender de los combustibles fósiles, todos los que trabajan en la industria de los combustibles fósiles también deben ser reubicados en sectores diferentes. Esto es fácil para los individuos altamente desahuciados, pero para las personas que trabajan en empleos manuales no cualificados en estos campos, pueden perder todo su sustento y correr el riesgo de quedarse sin empleo a largo plazo. Esta es una razón común para el escepticismo climático y la objeción a las políticas climáticas, y por tanto algo que los políticos y los activistas climáticos deben tener en cuenta a la hora de decidir cómo debe ser la transición verde.
Las empresas están intrínsecamente motivadas por los beneficios. Si el cambio climático amenaza sus beneficios. Los fenómenos meteorológicos extremos, como huracanes, inundaciones y sequías, pueden dañar las infraestructuras y perturbar las cadenas de suministro. Por ejemplo, una empresa que depende de productos agrícolas puede sufrir escasez o subidas de precios si las cosechas resultan dañadas por sequías o inundaciones. Sin embargo, esto no significa necesariamente que estas empresas se decanten por opciones más sostenibles, sino que pueden optar por ahorrar costes de otras formas, como despedir a empleados para reducir salarios. Por tanto, para empujarlas hacia una dirección sostenible podrían ser necesarios incentivos políticos, por ejemplo estableciendo objetivos obligatorios de reducción de emisiones para las empresas, etc.
Algunos argumentan que no se trata sólo del poder para crear el cambio, sino de quién tiene mayor responsabilidad en el cambio climático. Inevitablemente, las políticas de cambio climático afectarán tanto a las empresas como al comportamiento de los consumidores individuales, la cuestión es, ¿quién debe financiar estos costosos cambios? ¿El contribuyente o la cuenta de resultados de las grandes empresas? Esta línea de argumentación supone un aspecto moral de la acción contra el cambio climático, no sólo práctico. Se trata de un argumento de principios, según el cual los más responsables del desaguisado deben, en última instancia, limpiarlo. Las empresas, a través de su decisión colectiva de emitir gases de efecto invernadero, han contribuido significativamente más a las emisiones, siendo las 20 principales empresas responsables del 35% de todas las emisiones de CO2 y metano desde 1965.
Esto por sí solo puede utilizarse para justificar políticas climáticas dirigidas a las empresas en lugar de a los individuos. Esta lógica de la responsabilidad también podría volverse contra los individuos. El efecto agregado de hábitos como el consumo excesivo es un factor clave del cambio climático. Si no se cambian estos hábitos, la transición ecológica será mucho más difícil. En definitiva, se trata del huevo y la gallina. ¿Son las prácticas insostenibles de las empresas impulsadas por los hábitos de los individuos, o son los individuos llevados a sus hábitos insostenibles por empresas con ánimo de lucro que intentan minimizar costes y maximizar ventas?

Uno de los debates contemporáneos más importantes en el mundo empresarial es el del capitalismo de accionistas frente al de accionistas. Los accionistas son las personas que poseen acciones de una empresa. Al comprarlas, poseen una pequeña parte de la empresa y, por lo tanto, invierten directamente en su éxito. En comparación, las partes interesadas son todos los individuos o grupos que se ven afectados o pueden afectar a las acciones, decisiones y éxito general de una empresa. Esto incluye no sólo a los accionistas, sino también a los empleados, los clientes, los proveedores, las comunidades y el medio ambiente. En otras palabras, la comunidad que rodea a una empresa y de la que depende para su funcionamiento. Los clientes que compran sus productos, la infraestructura proporcionada por el gobierno que utilizan para transportar estos productos, y la tierra y el medio ambiente que les dan los recursos para crear estos productos.
Este debate gira en torno al objetivo fundamental de una empresa. Los que defienden que es crear valor para sus accionistas generando el mayor beneficio posible plantean que, en última instancia, esto también es bueno para las partes interesadas. Una empresa rentable proporciona puestos de trabajo, paga impuestos y tiene dinero para invertir en el desarrollo de tecnologías y productos mejores y más sostenibles que mejoren la vida de los consumidores. También argumentan que la sostenibilidad es, en última instancia, tan rentable como que destruir los recursos naturales de los que depende una empresa es a corto plazo y malo para el negocio.
Los defensores del capitalismo de las partes interesadas sostienen que las empresas tienen una mayor responsabilidad y obligación de cuidar los entornos que hacen posible su negocio en primer lugar. En última instancia, los accionistas sólo reflejan una pequeña parte de las partes interesadas, por lo que lo que es bueno para ellos no siempre es bueno para todos. Cuando se enfrenta a una situación en la que los intereses de los accionistas y de las partes interesadas no coinciden, una empresa accionista siempre elegirá a los accionistas, en detrimento del medio ambiente y de otros ciudadanos.
La transición ecológica será costosa. La inversión en tecnologías verdes, la transición de nuestras cadenas de suministro y nuestra producción hacia procesos sostenibles y locales, y el cambio de nuestras dependencias energéticas requieren tiempo, recursos y dinero. Cuando los gobiernos y los organismos internacionales fijan objetivos climáticos y se comprometen con determinadas metas, deben traducir esos objetivos en políticas y acciones concretas que los actores de la sociedad sigan. Una cuestión importante para elaborar políticas eficaces es a quién deben ir dirigidas. ¿Quién tiene el poder de impulsar un cambio mayor?
Por un lado, las empresas como personas jurídicas son responsables de mucha más contaminación que cualquier ciudadano medio. Los dirigentes de las grandes empresas toman efectivamente decisiones sobre cómo la empresa produce, transporta y vende sus mercancías. Todos estos procesos provocan una gran contaminación. Puede tratarse del humo de las chimeneas de las fábricas o de las emisiones de CO2 derivadas del transporte de productos por todo el mundo. Comparativamente, las acciones cotidianas de un individuo en su día a día. Elecciones como coger la bicicleta en lugar del coche no tendrían el mismo efecto masivo que si una gran empresa decidiera no utilizar combustibles fósiles en su producción. Se necesitaría una acción comunitaria mucho más compleja por parte de los consumidores individuales para crear la misma reducción de emisiones que una empresa podría crear con decisiones únicas de arriba abajo.
Por otro lado, las empresas están parcialmente en deuda con los deseos del consumidor. En el fondo, el objetivo básico de una empresa es el beneficio. Si los consumidores cambian sus hábitos y, por tanto, exigen y dan prioridad a los productos sostenibles, a las empresas les resultará rentable satisfacer esos deseos y pasar a una producción sostenible. Esta lógica presupone que los consumidores no caerán en los intentos de maquillar de verde los productos, pero también que es posible hacer que los individuos cambien sus hábitos cotidianos a gran escala.
Se trata de una teoría ética que aboga por acciones que resulten en el mayor bien para el mayor número. En el contexto de la transición ecológica, puede utilizarse para argumentar que las empresas, con su mayor impacto sobre las emisiones y el uso de los recursos, deberían soportar la mayor carga, ya que ello redundaría en beneficios globales más sustanciales. Esto puede relacionarse con el concepto del Enfoque de Capacidades. Este marco hace hincapié en que la responsabilidad de la acción debe recaer en aquellos con mayor capacidad para marcar la diferencia. Esto suele apuntar hacia las empresas, ya que suelen disponer de más recursos, tecnología e influencia para impulsar cambios significativos en comparación con los individuos.

¿Es justo que los gobiernos nacionales obliguen a las empresas privadas, a menudo multinacionales, a pagar con sus beneficios determinadas políticas? Esto está relacionado tanto con el marco de responsabilidad, como con el de capacidad, a través de los cuales analizas la situación.
¿Las personas están más motivadas por leyes y normativas o por creencias intrínsecas?
Debido a la escasez de recursos, los gobiernos se enfrentan a la disyuntiva entre elaborar políticas eficaces que apunten con precisión a los resultados correctos y educar a los individuos sobre estos resultados y sobre cómo pueden cambiarlos por sí mismos.
Por un lado, los gobiernos nacionales son elegidos democráticamente y, por tanto, son responsables ante los votantes de las políticas que crean. Esto puede ayudarles a crear grandes políticas unificadas que afecten a tantas industrias como sea posible. Por otro, las empresas que tienen más acceso a la información sobre qué tipos de transición ecológica tienen más sentido para ellas y qué consecuencias tendrían otras políticas. Los gobiernos también pueden verse frenados por la burocracia y la división interna, lo que limita su eficacia a la hora de crear buenas políticas.
¿Quién tiene más poder sobre el otro, los consumidores o las empresas? ¿Es suficiente la presión de los consumidores concienciados con el clima para que las empresas multimillonarias cambien sus prácticas, o estas empresas encontrarán lagunas o ejercerán presión sobre los particulares para evitar pagar el coste de la transición ecológica?
Como ya se ha dicho, algunos trabajadores son intrínsecamente más vulnerables a los efectos que las políticas de cambio climático podrían tener en su sector. Los trabajadores menos cualificados y con menores ingresos tendrán muchas más dificultades para encontrar un nuevo empleo y sobrevivir económicamente si sus puestos de trabajo se pierden en la transición ecológica. Se trata, pues, de una cuestión de hacia quién tiene más responsabilidad el gobierno ¿Está bien sacrificar a los grupos más vulnerables por un bien mayor?

Harvard Political Review (2020)
Profundizar en el debate sobre la responsabilidad
The Guardian (2016)
Un ensayo sobre la teoría de juegos y su relación con el cambio climático
European Commission
¿Qué industrias y sectores contribuyen más al cambio climático y con qué decisiones individuales están relacionados?
Punto 1: Principalmente, las empresas se benefician de las partes interesadas e influyen en ellas. Por tanto, tienen la obligación de principio de retribuir a cualquiera que tenga intereses en su cooperación. Las empresas no son entidades aisladas que existan aparte del resto de la sociedad. No sólo se benefician de la inversión de los accionistas, sino también de la de las partes interesadas: los empleados que trabajan para mejorar la empresa, los clientes que compran y promocionan sus productos y los proveedores que suministran los materiales que permiten que su producción continúe.
Contrapunto 1: La tesis de este punto es que los CEO se financian con el dinero que les dan los accionistas invirtiendo en la empresa. Por tanto, tienen el deber de principio de actuar en su interés. La inmensa mayoría de los accionistas no son los multimillonarios más ricos. La mayoría de las acciones están en manos de fondos de pensiones, compañías de seguros, fondos sindicales y otros grandes inversores institucionales. Esto es importante, el capitalismo accionarial no significa SÓLO actuar en interés del 1%, sino también en interés de los millones de personas que poseen acciones como parte de sus fondos de jubilación, por ejemplo.
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Punto 2: El capitalismo de las partes interesadas tiene en cuenta y atiende los intereses de las partes interesadas y, gracias a este sistema, podemos crear beneficios sociales y económicos para todos los ciudadanos de la sociedad. Es decir, ahora las empresas actúan en interés de la población en general. En el capitalismo accionarial las empresas se ven obligadas a atender los intereses de los accionistas, intereses que no se alinean con el bien social, ya que se centra únicamente en la creación de beneficios, lo que puede estar reñido con bienes públicos como el clima.
Contrapunto 2: La búsqueda de beneficios para los accionistas hace crecer la economía, lo que beneficia a toda la sociedad. Esto se debe a que la búsqueda de beneficios lleva a las empresas a intentar atraer clientes mediante productos más baratos y productos más innovadores que gusten a los consumidores. También genera salarios más altos para sus trabajadores, ya que el afán de lucro se traduce en un aumento de la productividad para satisfacer las demandas de los clientes lo antes posible. La innovación y la productividad hacen que las empresas vendan más, lo que genera crecimiento económico. Desde el punto de vista económico, esto suele ir asociado a salarios más altos para los trabajadores.
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Punto 3: En un clima de desconfianza generalizada en las instituciones en muchos países, el capitalismo de grupos de interés es una buena forma de garantizar la confianza en el sistema. si se considera que las empresas actúan en interés de la mayoría de la gente, se genera confianza y un pensamiento colectivista en torno a la economía. Cuanta más confianza haya en un sistema económico, más estable será en general.
Contrapunto 3: Los intereses de las partes interesadas también divergirán inevitablemente. Es imposible definir una única cosa que sea buena para todos. Como se describe en el párrafo sobre las consecuencias individuales, a veces incluso la política climática tiene consecuencias negativas para los grupos de interés. El capitalismo de las partes interesadas es, por tanto, intrínsecamente difícil de ejecutar en la práctica porque las empresas nunca pueden hacer el bien a todo el mundo.
Punto 1: Los líderes empresariales pueden aportar información valiosa sobre la viabilidad y los aspectos prácticos de las medidas climáticas propuestas. También disponen de recursos y tienen una influencia sustancial sobre las emisiones globales y las cadenas de suministro. Incluirlos en las convenciones sobre el clima puede conducir a una aplicación más eficaz e inmediata de las políticas y soluciones climáticas.
Contrapunto 1: Los directivos de las grandes empresas tendrán conflictos de intereses, priorizando el beneficio sobre el medio ambiente. Otorgarles un puesto oficial conducirá a políticas que favorezcan los intereses empresariales por encima de una auténtica acción climática, socavando la eficacia de los acuerdos internacionales.
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Punto 2: Al contar con una sede oficial, los dirigentes de las empresas serían más responsables de sus compromisos y acciones en relación con el cambio climático. Su participación podría impulsar una mayor transparencia y compromiso por parte del sector empresarial. La alternativa es que se limiten a ejercer presión, lo que es más difícil de controlar y mucho menos transparente.
Contrapunto 2: Permitir la presencia de líderes empresariales no elegidos en estos foros climáticos socava su legitimidad democrática. Las convenciones sobre el clima son principalmente un foro para gobiernos y representantes públicos. Incluir a líderes empresariales puede socavar el proceso democrático y alejar el poder de los cargos electos, sesgando potencialmente las decisiones hacia las agendas corporativas. De este modo, los votantes tienen menos influencia sobre las decisiones que aquí se toman y estos foros son menos responsables ante ellos. Aunque en realidad no sea así, serán percibidos como menos democráticos, lo que puede erosionar la confianza y el apoyo del público a sus decisiones.
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Punto 3: Incluir a los jefes de empresa fomenta una mejor colaboración entre los sectores público y privado, lo que es esencial para hacer frente al cambio climático. Esta colaboración puede dar lugar a estrategias más globales que impliquen a todos los actores principales en la lucha contra el cambio climático. Las empresas también se implican más en esta colaboración, una vez que se las incluye oficialmente
Contrapunto 3: Existe el riesgo de que las empresas utilicen su sede para realizar un lavado de cara ecológico. Como los acuerdos internacionales no suelen ser jurídicamente vinculantes, las empresas pueden asumir compromisos superficiales sin tomar medidas significativas. Esto podría confundir al público y ralentizar el progreso real hacia los objetivos climáticos.